Un buen día, Pilar, nuestra profesora, apareció en clase con una lámina de un tipo de vinilo parecido al que se usa para recortar letras. Dimensiones considerables: casi 2m de ancho por 3m de largo. Color plata brillante y que producía unos reflejos muy interesantes. Enseguida nos animó a ponerlo como fondo y colocar delante diferentes objetos. Haríamos fotografía de reflejos.

Los resultados nos atrajeron pronto y nos ilusionaron al momento. Llamativos eran los reflejos, tanto de lo que colocábamos delante para fotografiar, como lo que se reflejaba de la sala en la que trabajábamos, también nuestros propios cuerpos y vestimentas. Tal vez tenían más interés los reflejos externos que los correspondientes a los objetos, objetivos primeros de nuestras cámaras. Las fotografías parecían abstracciones de lo real o, más bien, capturas de una realidad virtual.

Durante tres días de clase estuvimos trabajando con este tipo de fondo; incluso alguno de nosotros hizo sus propios experimentos en casa con diversos y bastante buenos resultados. En estas tres sesiones, siendo equivalente el fondo como motivo principal, cambiamos levemente los objetos a fotografiar.

Concretamente, el primer día utilizamos flores y restos vegetales secos; unas veces sueltos sobre la propia superficie reflectante, otras en jarrones o vasijas de barro a modo de floreros.

En la segunda clase, continuamos con el trabajo iniciado, pero en esta ocasión utilizamos botellas, bien solas bien con algún aditamento más o menos oportuno, flores básicamente. Intentamos iluminar con flash, no obstante el resultado no resultó nada bueno: el fondo, comportándose como un espejo, hacía que los reflejos quedasen empastados. Mejor sin flash.

La tercera clase, como estábamos ya preparando el trabajo del día del libro, probamos a utilizar libros y revistas como objetos; también algún trozo de madera o tronco retorcido y otros artilugios semejantes; algo conseguimos, podríamos decir que bastante; pero, como somos inconformistas y autoexigentes y tenemos una profesora que nos motiva y nos pide más, el resultado no colmó nuestro entusiasmo.

Decidimos probar el retrato, con libro y con otros objetos en la mano o cercanos al personaje. Incluso el retrato sin más; sólo la persona retratada. Pero no acabábamos de ver viable ni una cosa ni otra. Tras darle muchas vueltas y buscarle sentido, nos pareció más interesante el reflejo sin más en segundo plano que la propia persona en primer término y su reflejo en el fondo. Apenas incluimos un leve elemento para marcar la realidad del personaje. Nos ha gustado más porque creemos que es mejor, más expresivo.

El siguiente paso en el proceso nos llevó a suprimir todo rastro de realidad: ni personaje ni objeto, sólo reflejo. Este sí ha sido un punto de llegada definitivo y satisfactorio.

Valoramos este tipo de retrato como una variante más, una forma distinta y alternativa al clásico ejercicio de retrato. El resultado es, por lo menos, interesante, divertido, diferente. Se trata de un retrato intuido, más que real. Es como una suerte de adivinación, como una búsqueda del personaje a través de formas y colores que se superponen y se imbrican; al final, pese a su aparente desorden, todo está en su lugar y nos muestra la proyección de la realidad inestable del sujeto retratado.

Fotografías, en el siguiente enlace